Una vez más hemos viajado por el mundo para conciertear. Sinceramente me parece una de las mejores excusas del mundo para visitar sitios nuevos o viejos. Si encima lo puedes combinar con ir a ver a un amigo a una ciudad conocida por sus fantasmas y cementerios, con una visita a tu abuela y con una exposición sobre el Post Modernismo... total win!!!
Todo empezó el sábado, por una vez decidimos actuar como seres racionales y no coger un vuelo a las ridiculous o'clock. A mediodía llegamos a Edimburgo, donde hacía un frío de la hostia, lloviznaba chirimiri calabobos y se me congeló una falange al bajar del avión. Maravilloso. Además nos dimos cuenta de que al no facturar no íbamos a poder traernos whiskazo del serio de vuelta. Menuda puta mierda. En ese mismo me juré que intentaría mantenerme alejada de las líneas de bajo coste... aunque hoy ya he estado mirando para irme a Gales a ver a un amigo con Easyjet, mi línea amiga. Así soy yo, little miss constant.
Pero, eh, yo no he venido aquí a quejarme, cuándo me habéis oído quejarme, en este blog todo son risas y diversión.
Dejamos las maletas en casa de nuestro amigo y nos echamos a las calles armados de paraguas. Unos paraguas comprados en Japón el año pasado más o menos el mismo día que decidieron romperse el mismo día en Edimburgo. Casualidad? No. Lo. Creo. Anyways, mejor excusa ever para comprarme un paraguas con tartan punkarro.
Pateamos hasta el castillo aunque no entramos, así somos. El hambre apremiaba así que cuando nos metimos en la iglesia de St.
Giles y vimos que había café, nos dirigimos hacia la cripta y nos pusimos finos. Cómo me gusta comer en el Reino Unido, la gente que dice que se come mal allí o no sabe dónde ir o no sabe comer o es subnormal. No me cabe otra idea en la cabeza.
Después nos dirigimos hacia Carlton Hill donde había unos chavales marcándose una escena de Trainspotting y haciendo botellón en esto. Sus bolsas del Tesco, su vino de cocinar, sus minifaldas sin medias y su piel blancorra de "inglesa" bajo el chirimiri calabobos y el viento vuelve-paraguas.
La tumba de
Hume fue un tanto decepcionante, porque estaba en obras, aunque el cementerio dio para conocer la disposición edimburguesa, bastante curiosa dado que nunca había visto una estructura que me recordara a calles griegas dentro de un cementerio.
Cuando llegamos a Princes Street decidimos darnos una vuelta por el Tóchó, aunque no triunfamos. Estoy en un momento antipático con la moda, nada me gusta, la vuelta de los 90 me tiene un poco aburrida. Por mucho que me guste, y por mucho que suela tirar por ahí a la hora de vestir, me da mucha pereza volver a llenar mi armario de la ropa que llevaba en COU.
Nos preparamos para hacer el
Ghost Walk más terrorífico de Edimburgo en un p
ub que estaba lleno de moteros a lo SOA con sus cuts y sus old ladies con sus escotes y sus prieteces. Quizá no fuera tan far fetched verles en Irlanda...
Tras un par de pintas (yo no, por supuesto) fuimos al lugar de encuentro y allí nos encontramos con un mega grupo de personas, entre ellas 4 o 5 señoras que parecían estar en pleno hen night. Bastante bajona. Yo
estas cosas (lo mejor de este vídeo es el acento... y el susto de la tipa) las tomo muy en serio. La rutita comenzó por los subsuelos de Edimburgo, nos contaron la historia de la ciudad, con sus muros y sus catacumbas y sus ciudades subterráneas, y después nos encaminamos hacia el cementerio y empezó la diversión. Nada más entrar nos paramos en la tumba de
Greyfriars Bobby (aunque no comentaron nada de él, pobrecito). Nos contaron la historia de
MacKenzie que era más malo que el cagar. Antes de entrar en la parte del cementerio donde aparece el fantasma ya empecé a pasar miedito de verdad (porque me encanta y me autosugestiono, que supongo que si pasara del tema hubiera estado mucho más tranquila, pero pasar miedo es TAN guay). El guía nos dijo que íbamos a entrar en la parte maldita del cementerio que estaba cerrada con llave y que tendría que volver a encerrarnos una vez que entráramos porque si no se les podría colar algún mendigo y las cosas se podrían poner feas. También dijo que el poltergeist era activo y que atacaba a la gente. Estando dentro si notábamos un frío intenso (yo estaba ya helada así que tuve que hacer un gran ejercicio de contención para no pensar que me visitaba MacKenzie) había que dar un paso grande. Si volvías a notar el mismo frío, había que avisar porque eso significaba que eras
the chosen one y te podías ir haciendo a la idea de que el bueno de Mac la había tomado contigo. Puro teatrillo, seguro, pero yo estaba más feliz que un regaliz. Nos metieron en una especie de celda donde supuestamente se aparece ahora... pero allí no pasó nada. Aún así fue una experiencia molona.
Cuando salimos de la parte maldita nos quedamos un rato por el cementerio, en plena noche, oscuridad casi total, con una lunaca bien potente. Felicidad es poco.
Como ya eran más de las diez de la noche era prácticamente imposible cenar, así que nos pusimos a buscar un indio a sabiendas de que ellos nunca te fallan y nos metimos una cena de campeones. Después de tomarnos una copa en un sitio que era peor que el Stromboli madrileño (por culpa de nuestro anfitrión) nos fuimos a casa y de camino nos cruzamos con una mujer blancorra, gordota, con sus tacones, su minivestido palabra de honor del Primark con sus carnes sobresaliendo por arriba y por abajo, con sus tacones, pero sin medias ni abrigo que se paró en medio de la calle, se bajó las bragas y soltó una meada de camello que sigue resonando en mis oídos.
El domgino, tras darnos el desayunaco de la felicidad nos fuimos a dar una vuelta por el Río
Dean pasando por un museo de arte contemporáneo y quisimos ir en busca de un gastropub para meternos una comidorra de gourmandises aunque nuestro anfitrión volvió a cambiar nuestros planes y acabamos en el
Wetherspoons local. He de decir que para ser un restaurante de cadena no estuvo mal, el local en sí era un antiguo banco y la decoración molaba y me comí unos bangers and mash que me hicieron bastante feliz.
Bajamos la comida recreando la escena de la carrera de Trainspotting y nos tomamos un café en el
café donde la Rowling escribió JarriPotas. A mí ir a ese sitio obviamente me la pelaba, pero nuestro anfitrión parecía empeñado en enseñarlo así que accedimos. A mí me gustó bastante más un bar en el que decidimos tomarnos un G&T que resultó ser la peña bética de Edimburgo. Como el frío ya amenazaba con helarme todos los dedos, fuimos pub hopping hasta volver a su casa, de whisky en whisky y tiro porque me toca.
Los chicos se quedaron hablando de sus cosas de
datileros mientras veían Trainspotting y yo me acurruqué con mi
kindle a la espera de encontrarme con mi abuela al día siguiente.