Con una semana de retraso debido a mi vaguería personal, he decidido comentar nuestro paso por el Low Cost, aka el Cutrefest.
Hace un par de años fuimos por primera vez porque el cartel no estaba mal, porque pillaba al lado del piso playero, porque íbamos con amiguitos y porque era GRATIS.
Cualquier planteamiento de cualquier festival del mundo siempre da un giro radical al incluir la variable de la gratuidad en la fórmula.
Los festivales me los suelo tomar con una rigidez militar. Me estudio los grupos, me planifico los horarios y me intento hacer con un sitio con buena visibilidad, pero en el Cutrefest me convierto en todo aquello que suelo criticar. Dada la calidad de los grupos y lo asequibles que son las copas suelo acabar viendo los conciertos desde la barra y bailando de espaldas al escenario.
Dicho eso, el primer año vimos bastantes conciertos, el cartel era bueno, había tres escenarios y siempre había algo que apeteciera escuchar/ver. Además lo combinamos con paellacas curaresacas + Sunday pub grub con lo que la jugada nos salió redonda.
Este año ha dejado bastante que desear.
Ni siquiera nos habíamos planteado ir hasta que unos amigos con los que fuimos la primera vez nos comentaron que se lo estaban planteando. Como cae en el peor fin de semana de la historia de la humanidad para viajar (eso es así, sabéis que nunca me ha gustado exagerar) y como el roadtrip californiano fue hace ya demasiado tiempo y nos toca verano madrileño, decidimos cogernos un par de días y regalarnos un finde largo en la playa.
El jueves, mientras íbamos de camino, el Ñoño recibió la llamada que estábamos esperando y en la que se nos informaba de que estábamos en lista y que, un año más, iríamos por la cara (sigh of relief) pero la sorpresa llegó al ir a recoger las pulseras y enterarnos de que no estábamos en la lista de los currelas sino en la de los invitados VIP con acceso a la piscina. En cuanto me vi la pulsera en la muñeca me hice pis de pensar en encontrarme a Brett en bañador (jaaaarl!!!!), pero rápidamente se me pasó porque íbamos camino del Iceland y tengo mis prioridades. Primero Cherry Coke y Dr. Pepper Light, luego los pechitos mojados de los cantantes que marcaron mis early twenties.
El viernes llegamos tarde después de esperar el autobús y de intercambiar unos pleasantries con unas paletas mañas que al vernos la pulsera VIP nos preguntaron si tocábamos en el festival. Nos entró tanta risa que no pudimos contestar y ellas se pusieron todavía más nerviosas al ver nuestra reacción. "Tía, que no lo niegan! Que seguro que sí!".
Al entrar fuimos directos a la zona VIP. Mi gozo porque (aunque estaba Richard Oakes comiéndoles la oreja a unos hablando de los vuelos de RyanAir [I shit you not]) era lo más cutre que había visto en mi vida. ¿¡¿¡¿Dónde se ha visto una zona VIP desde la que no se ve el escenario y se escucha entremezclado el sonido procedente de los dos más el de una zona de karaoke (karaoke!!!) que han montado al lado?!?!
Cambiamos las monedas por tokens (porque pa qué decir 'fichas' cuando puedes decir 'token') y nos fuimos a la zona de la piscina con la esperanza de que desde allí se viera algo o al menos se escuchara algún concierto. ¡Qué ilusos!
En cuanto accedimos a la zona supe de inmediato que esa zona no la pisaría ni uno de los grupos. Había un señor cortando jamón y una pandilla de buitres revoloteando alrededor. En un plato había medio trozo de queso mordido (¡viva España!) y en otros quedaban unos picos grasientos manoseados por manos ávidas de jamón, pero la cerveza era gratis y los refrescos costaban un euro. La piscina estaba guay, eso sí. Pisci olímpica vacía. A dream come true.
Sobre la música en sí diré que Suede fueron tan buenos como siempre, que Placebo dan un asco tremendo y que los grupos españoles son un rollo.
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